miércoles, 28 de octubre de 2009

Mono en concierto: un lunes de post-rock japonés en la Ciudad de México.



Juan Antonio Yáñez

Siendo alguien que creció escuchando rock, la primera vez que me encontré con el concepto post-rock mi postura fue bastante renuente. El hecho de crear con instrumentos típicos de este género, sonidos tan distintos a los que estaba acostumbrado, me hacía fruncir el seño. Además, para mí una parte importantísima del rock era la interpretación del vocalista que le daba personalidad a cada canción; así que la idea de nunca incluir voz en música que parece rock pero no lo es, me parecía algo sin sentido.

Sin embargo, en la medida que lo he escuchado en vivo mi opinión ha cambiado, y ahora estoy convencido de su potencial para atraparme y llevarme a dar un paseo. Esto lo corroboré la noche del 19 de octubre, cuando el cuarteto japonés Mono se presentó por primera vez en México. El Poliforum Cultural Siqueiros no pudo ser un mejor escenario para un primer contacto, casi íntimo, entre los oriundos de Tokio y sus seguidores mexicanos, quienes sin importar la jornada de trabajo y la espera, disfrutaron las casi dos horas de música introspectiva, hipnótica y siempre trágica.

En lo que fue la presentación de su último disco Hymn to the Immortal Wind (2009), Mono demostró su madurez como una de las bandas representativas de un género que no arrastra multitudes. Y es que su música surge de un terreno distinto a la enorme industria japonesa del pop chatarra que ha creado tanta demanda en nuestro país. Aquella fue una noche fría de lunes donde no hubo lugar para coreografías ni sonrisas pueriles. Apenas un par de tibias miradas a un público receptivo a una música que es todo menos “linda” (kawaii). En el diálogo entre Tamaki (bajista) y sus dos guitarristas, Mono entretejió una atmósfera de emociones desnudas, de imágenes oníricas que no todo el mundo sería capaz de mirar de frente y aceptar como suyas.


Tal vez haya quien tenga otra lectura de lo sucedido al interior del Poliforum. Pero finalmente este es a mi juicio, el valor fundamental de lo que Mono ofreció aquella noche: una propuesta adulta, música bella porque es horriblemente humana y libre de todo deber ser.

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