viernes, 5 de agosto de 2011

Japón y la bomba a 64 años: entre la memoria colectiva y el olvido social.

Juan Antonio Yáñez

Conferencia presentada en el “64 ANIVERSARIO DE LOS BOMBARDEOS A HIROSHIMA Y NAGASAKI (Dentro del marco de la Marcha Mundial por la No Violencia) Viernes 28 de agosto de 2009 Auditorio “Rosario Castellanos” CELE

Este 2009 se conmemora un año más de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. Como un capítulo negro en la historia de la humanidad, el recuerdo de este evento se mantiene de manera semiótica, en la forma de un hongo que nos cuenta una historia. Es a partir de esto que decidí barajear un par de ideas alrededor de la bomba, pero sobre todo de la guerra y de cómo estos eventos se mantienen en la memoria colectiva (Halbawchs, 2007) del Japón contemporáneo.

El pasado 15 de Agosto, el primer Ministro japonés Taro Aso, participó en la ceremonia conmemorativa del 64 aniversario del fin de la guerra. Parte de su discurso fue el siguiente: Japón causó tremendo daño y sufrimiento a muchos países, especialmente a los de Asia. En representación del pueblo japonés, desde aquí expreso mi arrepentimiento y condolencias por todos los caídos en la guerra. (1)

Sus palabras no pasaron desapercibidas, ya que aunque no es la primera vez, sí rompen con una vieja práctica de conmemoración y recuerdo. Para dar a entender esto, podemos comenzar  viendo a la guerra y la bomba como productos sociales que tienen varios rostros.

En el pensamiento social, su memoria permanece en la medida que se convierten en temas de encuentros, diálogos y ceremonias que cíclicamente los sacan del desván para refrescar la memoria de quienes están interesados en conservarla. 

Desde la mirada que aquí planteo, recordar es un acto que la gente hace en conjunto, a partir de imágenes, conceptos y conocimiento que comparte cada persona con sus pares. La guerra y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, son en efecto, temas de dominio público. Empero, considerando que en una sociedad pueden haber tantas memorias como grupos que la conforman, estos eventos se convierten  fácilmente en motivos de conflictos en cuanto a qué y cómo se han de recordar.

Como sabemos, la guerra del pacífico se peleó entre 1941 y 1945 entre el Gran Imperio Japonés y las Fuerzas Aliadas. Hoy en día, su recuerdo toma la forma de narraciones con una estructura en la que la destrucción de Hiroshima y Nagasaki es la parte resolutiva de un conflicto central.

Esto es evidente en la narrativa que el historiador norteamercano John Dower (1986) llamó: gracias a Dios está la bomba, que dice así: La guerra en el pacífico fue terrible; sin embargo, las bombas atómicas pusieron fin a la confrontación. Se trató sin duda de una decisión difícil que salvó muchas vidas y evitó mayor sufrimiento ante una invasión inminente al archipiélago japonés.

Esta narración heróica fue y ha sido sostenida por las autoridades norteamericanas al grado de que hoy mismo, todavía mucha gente la da como un sobreentendido.

Por otro lado, existe también la visión de los vencidos: El pueblo japonés fue víctima de la nueva arma atómica, pero sobre todo, del egoísmo de sus autoridades militares que los llevaron a la guerra.

En Japón, la experiencia del bombardeo atómico justificó (por supuesto) esta forma de ver el pasado donde resaltan una actitud pacifista y una imagen mítica de Japón como una víctima. Esto, por supuesto, no tiene nada de malo, y tampoco es un hecho fortuito, considerando que en los 10 años de ocupación después de la derrota, Japón redefinió su identidad como una nación moderna.

Eso requirió de una historia oficial que explicara el pasado reciente. El reto fue entonces crear una nueva narrativa que marcara una distinción en el tiempo entre un pasado contaminado y un nuevo presente; un pasado beligerante y un presente amante de la paz. De esta forma, el asunto del recuerdo pasó a ser parte de una  política de Estado. 

La conmemoración y el recuerdo del pasado, desde entonces fueron estratégicamente selectivos en sus formas y en su lenguaje. Año con año se conmemora el 15 de agosto como Shusenbi (終戦日), o “el fin de la guerra” (mas no la derrota). Igualmente, en los libros de texto se cuidaron mucho las formas descriptivas cuando no se omitieron detalles como el avance de Japón sobre Asia (mas no la invasión) o el incidente de Nanking (mas no la masacre).



La víctima habitó los libros de texto, los documentales de televisión, y pronto apareció en la literatura y el cine. La antropóloga Nahoko Shimazu (2003) señala que una herramienta de la que se valió el sistema educativo para cultivar un sentimiento pacifista entre los jóvenes, fue la literatura que tomó a la bomba atómica de Hiroshima como contexto de historias de victimización. La imagen de la víctima se convirtió así en la piedra angular con la que el japonés promedio aprendió a construir una identidad  nacional amante de la paz.

En una narrativa en donde la bomba cae sobre Japón sin un contexto histórico detrás, la víctima vive tranquila, libre de culpas que sin embargo sus vecinos de Asia reclamaron por años. La responsabilidad, en efecto, no tiene cabida en la imagen idealizada de una víctima; y es ahí donde la contracara de la memoria colectiva se deja ver en el olvido social.

Como mencioné en un principio, en un país existen tantos grupos como narraciones y formas de ver la realidad; de ahí que es preciso señalar que el recuerdo de la guerra y de las bombas atómicas involucró de un acto de coerción en la edición de eventos. Siguiendo la lógica de la víctima, las autoridades conservadoras (del PLD) por años negaron la responsabilidad de Japón en el conflicto armado.  Sin embargo, aún cuando es muy común escuchar sobre la amnesia histórica de Japón, la verdad es que siempre han existido voces que le recuerdan asuntos sin resolver.

Cuando se busca imponer una versión del pasado, ciertos acontecimientos no se narran y se diluyen en el olvido, o por lo menos, eso pretenden quienes tiene el poder y la palabra. Así, asumiendo una identidad pacifista, la guerra difícilmente ha sido un tema para las nuevas generaciones. Sin embargo, como el pensamiento social no es estático ni uniforme, el silencio no pudo ser eterno.

En los años noventas Japón ya no era el mismo por muchas razones. Me reservaré decir que aquel fue un momento en el que frente al antiguo reclamo de responsabilidad, surgieron nuevas actitudes progresistas. Las disculpas por los crímenes de guerra finalmente llegaron en distintos momentos como el que nos muestra el discurso de Taro Aso.

 Con todo ello, también llegaron un nuevo interés de la gente y un renovado reclamo por parte de sectores nacionalistas furiosos. El ejemplo más tangible de esto lo muestra la controversial versión de la guerra en historieta, editada por Yoshinori Kobayashi. Ésta en su momento fue un best seller que revindicó a la historia de la guerra como un tema entre un público joven y sin muchos referentes.

Se trata de una nueva narración del pasado que justificó la guerra como una empresa de liberación de Asia frente al colonialismo occidental, donde la bomba atómica se presentó como un crimen de guerra por parte de los Estados Unidos, y al mismo tiempo, como parte de una campaña ideológica encaminada a moldear a la “víctima” acorde a los intereses norteamericanos. 

De los noventas a la fecha, esta narrativa ha competido con la imagen pacifista de la víctima al presentar a un Japón orgulloso de su pasado beligerante y a la vez displicente y cínico ante su actuar durante la guerra. Sin embargo, a pesar del interés que generó, no se puede afirmar que esta mirada pueda suplir a la vieja narrativa. A final de cuentas, la sociedad japonesa habrá de continuar confrontando versiones y buscando historias alternativas que otorguen significados mas ricos a una sociedad japonesa que se transforma rápidamente.

Para finalizar, diré que en este rápido vistazo a la memoria de la guerra, lo que quiero resaltar es que su recuerdo ocurre en medio de una confrontación constante entre versiones de lo ocurrido. La narrativa de la víctima por años encarnó agenda de los gobiernos de la posguerra para quienes el olvido social garantizó la continuidad de una sociedad más ocupada en construir un nuevo futuro que en revivir un pasado que en muchos sentidos contradecía la nueva fisonomía de la sociedad japonesa.

Entonces, la manera como se recuerda el pasado nunca será un acto neutral. Gracias a la memoria colectiva, la identidad grupal y sus proyectos permanecen; esta es al parecer la única garantía de que el grupo seguirá siendo el mismo. Ese es también, un problema político en medio del cual la identidad nacional japonesa continúa su propia definición.






1. The Japan Times, 16 de Agosto de 2009.


Referencias.
Dower, J. (1986) War without mercy. Race and Power in the Pacific War. New York: Pantheon.
Halbawchs, M.  (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: anthropos.
Shimazu, N. (2003). Popular Representations of the Past. The case of Postwar Japan. Journal of Contemporary History, Jan, 2003, vol. 38, p.p. 101-116